
Esta situación nos hace un país vulnerable y complicado en varios aspectos. Sin embargo, más allá de los innumerables obstáculos hemos logrado ser líderes globales en distintos ámbitos y actividades. El agro, sin dudas, es uno de los sectores que nos ha posicionado como una potencia en la producción y exportación de alimentos. Pero la agroindustria en su conjunto debe convivir con los grandes contrastes que exhibe la realidad económica, política y social de nuestra nación.

Lamentablemente, el polo agroindustrial sojero –ejemplo a nivel mundial– contrasta con las enormes deficiencias que tiene nuestro país en materia de infraestructura vial (rutas, autopistas, caminos rurales, etcétera), de desarrollo del transporte ferroviario y de vías navegables (en los principales ríos), lo que deja al descubierto cómo la eficiencia a veces debe lidiar con la ineficiencia que inclina negativamente la balanza restando competitividad.

Si Argentina hubiese realizado las inversiones postergadas durante décadas en lo que respecta a infraestructura vial, ferroviaria, y vías navegables, necesarias para poder desarrollarse y competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo, otra hubiese sido la historia. Hoy es más elevado el costo del flete en camión para trasladar una tonelada de soja desde Salta hasta los puertos del Gran Rosario, que transportar en un buque de ultramar una tonelada de la oleaginosa de esas terminales hacia China. Todo esto es parte del llamado “costo argentino”, que configura un conjunto de verdaderas barreras internas que desalientan el desarrollo productivo. Por suerte, existen ejemplos virtuosos como el competitivo complejo sojero que exhibimos orgullosos ante los ojos del mundo entero.